Él la guiaba allá donde fuese. Quisiera o no quisiera. Estaba ahí. En cada palabra, en cada gesto, en cada mirada. No había bocanada de aire que no fuera suya, o suspiro que no provocara. Levantaba todas sus pasiones, desenterraba todo su dolor, guardaba todas sus esperanzas. La arropaba cuando tenía frío, sentía su miedo, vibraba por su alegría, temblaba por su pasión. Le inundaba el alma. De temor y de esperanza.
Él... y ella.
Y ella se dejaba. Por más que lo intentara, esa no era su lucha, ni podía ganar semejante batalla. Él la dominaba. Una fuerza eléctrica recorría su cuerpo cada vez que le escuchaba. Dos sentimientos, una decisión, y de golpe... nada. ¿Qué podía hacer? Era su esclava.
Él.... y ella.
De pronto, un vuelco. A continuación, un suspiro. Tocó su alma.
Ella lo sabía.
Él había tomado una decisión. Tenía la respuesta. Y no había nada que Ella pudiera hacer. Él lo tenía claro.
La Chica y su Corazón debían dar el siguiente paso.