No sabría decir en qué momento sucedió todo. Es curioso como a algunas de las situaciones que más cambian nuestra vida no somos capaces de encontrarles el punto de partida. Simplemente suceden y cuando quieres darte cuenta dejaste la orilla muy atrás y te encuentras con el agua hasta el cuello. Supongo que ésta es una de ellas.
Puede que todo empezase cuando puse el primer pie en aquel asfalto o quizás cuando pasó el tiempo suficiente como para estar en ese nivel de implicación. O puede que, curiosamente, empezase el mismo día que terminó. Y es ahí cuando tu vida da un giro de 180º. No porque al día siguiente vayas a levantarte de forma distinta, ni el sol vaya a salir de otro modo ni el mundo haya cambiado. Lo que sucede es que, quieras o no, estás dentro y por muy lejos que intentes huir y por mucha tierra que pretendas poner de por medio ya nada será como antes. Tú no has decidido entrar y por lo tanto tampoco tú serás el que decida cuándo salir.
Simplemente sucedió. Tantos días y tantas noches que no caben ni en el recuerdo. Vino por sorpresa, incluso podría decirse que vino en contra de lo esperado. Primero fue la negación, después la aceptación mezclada con resignación y terminó por convertirse en años de una vida plasmados en un álbum con la ilusión de un niño. Pero no todo fueron fuegos artificiales. También se lanzaron bengalas de socorro. Y donde un día hubo luz, la oscuridad ocupó su lugar y donde se dijeron promesas, aparecieron las preguntas. Y como vino... se fue.
La huida no fue fácil. Incluso me atrevería a decir que el sentimiento fue algo similar a correr en una cinta, terminas agotado y realmente no te has movido del sitio. Aun así no paré de correr. Creo que mi contrincante, el que en otro tiempo fue mi compañero, tampoco. Y cuando nos creímos lo suficientemente lejos, cuando el dolor desapareció, cuando las heridas cicatrizaron, cuando parecía interponerse un océano entre los dos mundos... se encontraron.
Y al igual que no recuerdo el inicio. Desconozco el final. Supongo que en cierta medida por eso continuamos viviendo, por curiosidad.
La huida no fue fácil. Incluso me atrevería a decir que el sentimiento fue algo similar a correr en una cinta, terminas agotado y realmente no te has movido del sitio. Aun así no paré de correr. Creo que mi contrincante, el que en otro tiempo fue mi compañero, tampoco. Y cuando nos creímos lo suficientemente lejos, cuando el dolor desapareció, cuando las heridas cicatrizaron, cuando parecía interponerse un océano entre los dos mundos... se encontraron.
Y al igual que no recuerdo el inicio. Desconozco el final. Supongo que en cierta medida por eso continuamos viviendo, por curiosidad.
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